Saturday, July 15, 2017

En la Sombra de los Titanes: Colosos Primigenios



En la Sombra de los Titanes: Colosos Primigenios
Por Scott Corrales © 2017

Génesis 6:4 - Y había gigantes en la tierra en aquellos días…

¿Qué sería de las tradiciones culturales de nuestra especie sin la presencia de los gigantes? Siempre han representado un punto fijo en el folclore y los mitos de Europa, las Américas, y los puntos más recónditos de Asia. Se les menciona con la misma en las escrituras sagradas que en los cuentos de hadas. Los gigantes nos llenan de asombro – y hasta un poco de envidia – a la par que nos maravillamos de su fuerza y proezas. Los europeos medievales, presos de su turbulenta época, asignaban las grandes obras de ingeniería del desaparecido imperio romano a los gigantes.

En la actualidad, los gigantes han quedado relegados a los reinos de la fábula y la fantasía heroica, pero existe evidencia considerable de que seres de gran estatura compartieron nuestro mundo en eras primigenias. La ciencia suele mantener silencio en cuanto a la existencia de grandes especímenes de vida humanoide como parte de la cadena evolutiva, aunque no se pone en duda la existencia de grandes simios en la era terciaria: el desfiladero de Olduvai en Tanzania ha producido quijadas y dientes de enormes babuinos y otros monos, a la vez que tanto la antropología como la zoología reconocen la existencia del gigantopiteco, simio gigante que vivió hace medio millón de años en lo que es hoy la República Popular China. Estos enormes seres alcanzaron estaturas espantosas – tres a cuatro metros – y uno de estos titanes, hallados en Swartkrans, África del Sur, parece haber sido capaz de hacer uso del fuego y confeccionar armas a partir de huesos de animales. El hombre de Java y el hombre Aurignáceo superaron la estatura de la humanidad contemporánea con creces.

En 1975, Pedro Ferriz, decano de la ovnilogía mexicana, visitó la alea de Calvillo, Aguascalientes, en la costa del Pacífico, lugar reconocido por sus cavernas inexploradas, hechas por la mano del hombre, para inspeccionar algunos antiquísimos petroglifos en los terrenos de Víctor Martínez. El señor Martínez advirtió a Ferriz que tenía cierto recelo de los petroglifos, los que consideraba de mal agüero, particularmente “desde aquel asunto de los gigantes”. Al solicitarle que ampliase detalles, el propietario repuso que se había topado con las antiquísimas osamentas de dos hombres de estatura descomunal mientras que araba la tierra. Martínez se dirigió a Calvillo para dar parte a las autoridades, pero cuál sería su sorpresa al descubrir que la policía quería achacarle el homicidio de los dos gigantes y encarcelarlo. Hábilmente esquivando el problema, el labriego regresó a sus tierras y dio fuego a los huesos.

Los lectores podrán deplorar la pérdida de lo que bien pudo haber representado la evidencia fehaciente requerida para argumentar el caso a favor de la existencia de los gigantes. Aunque si los huesos hubiesen llegado a las manos de las autoridades competentes, el resultado pudo haber sido menos positivo que lo anticipado, dado que muchas osamentas de dimensiones superiores a lo normal han sido desenterradas múltiples veces al paso de los siglos.

La comunidad de Soyopa en el estado de Sonora (México) también ha producido pruebas sobre la existencia de los gigantes. En 1930, un grupo de obreros que realizaba sus faenas en la ribera del rio Yaqui supuestamente excavó un cementerio antiguo que produjo los restos de hombres con estaturas en exceso de dos metros y medio, sepultados “en distintos niveles”, según el periódico New York Times con fecha del 2 diciembre de aquel año. Tampoco sería la única vez que el prestigioso rotativo de la urbe de hierro se interesaría por semejantes asuntos.


En 1926, el Times se había hecho eco del hallazgo de osamentas de 3 metros de estatura en un gran túmulo en Tepic. Traduzco la noticia íntegramente:

“DESENTIERRAN HUESOS DE GIGANTES DE TRES METROS
Buscadores de tesoros informan sobre su hallazgo en los grandes túmulos funerarios al sureste de Tepic, México

TEPIC, Nayarit, México, 13 de Mayo (Prensa Asociada) – El descubrimiento de los huesos de una raza de gigantes cuya estatura superaba los 10 pies (3 metros) fue dado a conocer aquí y hoy por el capitán D.W. Page, un estadounidense, y el capitán F.W. Devalda, un inglés, al regreso de su búsqueda infructuosa de las legendarias minas de oro de la época virreinal.

Ambos hombres afirmaron que su hallazgo se produjo en los grandes túmulos funerarios en las montañas al suroeste de esta localidad, y que el estado de conservación en el que se encontraban los restos indica que la raza gigante vivió en esta región hace más de 500 años. El supuesto hallazgo goza de cierto respaldo en las leyendas transmitidas de una generación a la otra de tribus indígenas en la costa oriental de México.

Según estos relatos, los gigantes se vieron obligados a abandonar su hogar nativo en Ecuador debido a la irrupción de grandes bandadas de indígenas que invadieron sus territorios. Navegaron en barcazas en el océano Pacífico y algunos de ellos naufragaron en estas costas debido a las tempestades”.


En 1934, el arqueólogo Paxton Hayes desenterró los restos de “una raza de gigantes” en una caverna cercana a Barranca del Cobre, a pocas horas de los puertos de Los Mochis y Culiacán. En este caso se pronunciaría otro rotativo, el Chicago Tribune (13 ene 1935): Hayes, etnólogo de la ciudad de Santa Bárbara, California, había encontrado una ciudad perdida en este lugar, supuestamente internándose en dicho recinto “a través de una cascada de agua”. El cañón sin salida estuvo ocupado por una raza desconocida entre 12,000 y 25,000 años atrás. En la compañía de su esposa, Hayes había visitado Sonora dos meses antes para buscar la ciudad perdida, declarando que “el descubrimiento sacaría a la luz más detalles sobre esta antigua civilización de América del Norte”.



Aunque la pista de este Indiana Jones de carne y hueso se pierde en las arenas del tiempo (y la tinta de la prensa), esto no pone en jaque su posible descubrimiento. En el siglo XVI, el conquistador Hernando de Soto se entrevistó con el cacique Tuscaloosa, rodeado de su séquito y ataviado en mantos de gran colorido y con tocados de plumas. El jefe indio “parecía ser un gigante, o de hecho, lo era, y sus extremidades y rostro eran proporcionales a la altura de su cuerpo. Sus facciones eran hermosas, reflejando gran seriedad, y una mirada que revelaba su arrojo y la grandeza de su espíritu. Sus brazos y piernas eran rectos y bien formados. En total, fue el indio más alto y bien formado que los castellanos vieron durante sus andanzas”, según escribe Garcilaso de la Vega, agregando el detalle de que ninguno de los caballos de los conquistadores era capaz de llevar al gran cacique a cuestas.

El heterodoxo francés Robert Charroux menciona el descubrimiento de hallazgos igualmente “desagradables” en la antigua URSS – los exploradores de una caverna en el Cáucaso se cruzaron con restos humanos cuyas estaturas promediaban entre 2.80 y 3.0 metros.

La Biblia – considerada por muchos como la autoridad por omisión en tales asuntos – nos presenta un número de incidentes muy interesantes que tienen que ver con gigantes. En el Libro de Números, una banda de exploradores enviada por Moisés para hacer un reconocimiento de Canaán, “la tierra prometida’, llega a la actual Hebrón (foco prominente de actividad OVNI en los ’90, dicho sea de paso) y descubren que “los descendientes de Anak” viven en la región. Regresan a su campamento, comunicándole a Moisés que la región era el hogar de los gigantes. El Deuteronomio abunda sobre el tema, describiendo las grandes ciudades con enormes terraplenes y baluartes construidas por los anakim, mientras que otros seres de gran estatura aparecen nombrados en las sagradas escrituras, como es el caso del guerrero Goliat y Og, el rey de Basan. Ciertas fuentes hebreas e islámicas sugieren asimismo que el mismo Adán era un gigante.

Aunque no por esto debemos creer que los gigantes están circunscritos al Pentateuco.

En 2 Samuel 21:19 se menciona el conflicto con los filisteos y la muerte de cuatro guerreros gigantes a manos de Elhanán y otros combatientes judíos, informándonos que estos gigantes “tenían doce dedos en cada mano y doce dedos en cada pie”, y que el cuarteto de gigantes eran “descendientes de los gigantes en Gath”. Este combate singular se reitera también en 1 Crónicas 20:4-8, narrando las guerras del rey David contra sus adversarios: “Y volviose a levantar guerra con los filisteos, e hirió Elhanán hijo de Jairo a Lahmi, hermano de Goliat Getheo, el asta de cuya lanza era como un enjullo de tejedores. Y volvió a haber guerra en Gath, donde hubo un hombre de grande estatura, el cual tenía seis dedos en pies y manos, en todos veinticuatro, y también era hijo de Rapha…

En su obra Atlantis and the Giants (Faber, 1952), Denis Saurat hace un apunte muy interesante sobre la Biblia vulgata (la traducción primitiva de los textos sagrados al latín). El Libro de Baruch vuelve a visitar el tema de los gigantes, pero en más detalle: “Allí nacieron los famosos gigantes antiguos, de alta estatura y expertos en la guerra. Pero no fue a estos quienes eligió Dios ni les enseñó el camino de la ciencia, y perecieron por no tener prudencia, por su locura perecieron…”

El interés por los gigantes y sus restos perduró a lo largo del siglo XIX, y un sinfín de libros y revistas nos informa de la existencia de huesos humanos de gran tamaño. Uno de estos hallazgos en Grecia produjo no una, sino dos osamentas gigantes de 10 metros de largo (London Mirror, 11 ene 1840). Siendo sensatos, lo más probable es que los investigadores encontraron los restos de algún animal prehistórico, aunque no se puede decir lo mismo de las considerables herramientas y armas que se han descubierto con el paso de los siglos. En su libro Worlds Before Our Own (Berkeley, 1978) el escritor Brad Steiger nos informa del hallazgo de un hacha de cobre que pesaba treinta y ocho libras en un túmulo fúnebre del “midwest” estadounidense – arma difícilmente utilizable por un guerrero de tamaño normal, sin importar su fortaleza.


Hans Bellamy, por otro lado, invocó la fuerza ejercida por la luna terrestre para justificar la existencia de los gigantes en nuestro mundo en épocas pasadas, explicando así también la construcción de las estructuras ciclópeas en todos los continentes, desde Sudamérica hasta el desierto sirio. Citando las controvertidas teorías del austriaco Hans Horebiger, Denis Saurat ofreció la posibilidad de que hace 300,000 años, en pleno Pleistoceno, la luna estaba mucho más cerca a nuestro mundo que en la actualidad, y que los mares eran inconcebiblemente profundos. La presión atmosférica era menor, dando lugar a una raza de gigantes. Estos seres altos ayudaron y apoyaron el desarrollo del homo sapiens, representando el origen de la creencia ancestral en “dioses”. Ni decir tiene que semejantes teorías representan una amenaza a la forma de pensar de los investigadores ortodoxos.

Las fuentes iberoamericanas son prolijas en cuanto al tema de los gigantes, al grado que algunos antropólogos sintieron la tentación de considerarlos como los habitantes originales de Mesoamérica, muy a pesar de sus colegas.

Fernando Alva Ixtlixochitl, uno de los primeros cronistas de la historia de México, menciona en su libro Obras Históricas la creencia arraigada de que los chichimecas, primeros ocupantes del territorio mexicano, se vieron obligados a expulsar una raza de gigantes que vivía en la región (haciendo eco no solo de la Biblia, sino de la expulsión de los gigantes de Gran Bretaña por el guerrero troyano Brutus). Esto explicaría los descubrimientos de restos de dimensiones anormales. Ixtlixochitl también hace mención de las contiendas entre los gigante denominados “quinametzin” y los humanos de estatura normal.

El recuerdo de estos “quinametzin” estaba muy difundido en Mesoamérica, a juzgar por la información recabada por los primeros exploradores y colonos europeos. Bernal Díaz del Castillo, acompañante de Hernán Cortés durante la conquista del imperio azteca, escribió acerca de la siguiente creencia entre los tlaxcaltecas:

“….de cómo habían ellos venido a poblar aquella tierra, y de qué parte vinieron que tan diferentes y enemigos eran de los mejicanos, siendo unas tierras tan cerca de otras. dijeron que les habían dicho sus antecesores, que en los tiempos pasados que había allí entre ellos poblados hombres y mujeres muy altos de cuerpo y de grandes huesos, que porque eran muy malos y de malas maneras los mataron peleando con ellos, y otros que de ellos quedaban se murieron. Y para que viésemos qué tamaños y altos cuerpos tenían, trajeron un hueso y zancarrón de uno de ellos, y era muy grueso, el altor tamaño como un hombre de razonable estatura; y aquel zancarrón era desde la rodilla hasta la cadera. Yo me medí con él y tenía gran altor como yo, puesto que soy de razonable cuerpo. Y trajeron otros pedazos de lienzos como el primero; mas estaban ya comidos y deshechos de la tierra. Todos nos espantamos de ver aquellos zancarrones, y tuvimos por cierto haber habido gigantes en aquella tierra. (Historia verdadera de la conquista de la Nueva España).

Cabe repetir la posibilidad de que los huesos correspondían a mastodontes u otros mamíferos de la megafauna. No obstante, la referencia a estos restos aparece en los escritos de Fray Diego Durán, quien afirmó haber visto “los huesos de enormes gigantes” durante las excavaciones, y Fray Gerónimo de Mendieta, recopilador de tradiciones indígenas que también contaban las luchas entre humanos y gigantes. Bernardo de Sahagún, el gran misionero franciscano, sería uno de los primeros en sugerir la posibilidad de que las pirámides de Teotihuacán y Cholula habían sido obra de la desaparecida raza de gigantes.

La colonización y la búsqueda de tesoros impulsaron a los conquistadores hacia el norte. Al llegar al actual estado de Jalisco, Nuño de Guzmán, quiso saber la razón por la que tantos asentamientos indígenas estaban abandonados. Se le informó que las aldeas habían sido “la morada de bandas de gigantes que vinieron desde el sur.”

En el siglo XVIII, el estudioso Francisco Javier Clavijero manifestó estar convencido de que los primeros ocupantes de México habían sido, en efecto, seres de estatura superior a la nuestra. El cronista nos dice lo siguiente en su Historia Antigua de México (1780):

“Los puntos en que se han hallado esqueletos gigantescos, son: Atlancatepec, pueblo de la provincia de Tlaxcala; Tezcoco, Toluca, Quauhximalpan, y en nuestros tiempos, en la California, en una colina poco distante de Kada-Kaaman.

“Sé que muchos filósofos de Europa, que se burlan de la existencia de los gigantes, se burlarán también de mí, o a lo menos compadecerán mi credulidad; mas yo no debo faltar a la verdad, por evitar la censura. Entre los pueblos incultos de América se conserva la tradición de haber existido en aquellos países ciertos hombres de desmesurada altura y corpulencia, y no me acuerdo que en ninguna nación americana haya memoria de elefantes, hipopótamos o de otros cuadrúpedos de las mismas dimensiones. El haberse encontrado cráneos humanos y esqueletos de extraordinario tamaño, consta por la deposición de innumerables autores, y especialmente por el testimonio de dos testigos oculares que están al abrigo de toda sospecha, cuales son el Dr. Hernández y el P. Acosta, que no carecían de doctrina, ni de crítica, ni de sinceridad; pero no sé que en las innumerables excavaciones hechas en México, se haya visto jamás un esqueleto de hipopótamo, ni aun un colmillo de elefante. Quizás se dirá que pertenecen a estos animales los huesos de que hemos hecho mención; pero ¿cómo podrá ser así, cuando la mayor parte de ellos se han encontrado en sepulcros?”


Al igual que en las leyendas europeas del rey Arturo, cuyos caballeros se batieron contra gigantes, la coexistencia pacífica con los gigantes era imposible. Los humanos recién llegados a al nuevo territorio los denominaron “quinametzin hueytlacame” (“hombres grandes y deformados” o “gigantes monstruosos”). Las tribus inmigrantes – tentativamente identificadas como olmecas y toltecas – ahuyentaron a los gigantes de sus dominios ancestrales, obligándolos a huir hacia el norte, y otros al sur. Fray Jose Mariano Rothea resume esta creencia así: “…en tiempos muy remotos llegaron hombres y mujeres de estatura superlativa, huyendo desde el norte. Algunos pasaron por la costa de la Mar del Sur, mientras que otros se internaron en las rudas montañas.”

Otro fraile – Andrés de Olmos – agregaría un detalle sumamente curioso al debate. Los gigantes se alimentaban de bellotas y hierbas, detalle que nos hace pensar en una posibilidad asombrosa. ¿Pudieron aquellos quinametzin haber sobrevivido hasta nuestros días como los altos y simiescos seres denominados yeti, piegrande o sasquatch? Los entrevistados por los cronistas del virreinato insistían que los gigantes que sobrevivieron al exterminio se refugiaron en tierras salvajes como las montañas Rocosas de América del Norte o los bosques de la costa del Pacifico. Marc Dem, el autor de temas paranormales, ha ido más lejos aún al identificar a los “anakim” bíblicos con el yeti nepalés.

Los textos religiosos de los aztecas también se pronuncian sobre los gigantes. La “leyenda del quinto sol”, que figura de manera prominente en los Anales de Cuautitlán (Códice Chimalpopoca):

“El segundo sol que hubo y era signo del 4 ocelotl (tigre), se llama Ocelotonatiuh (sol del tigre). En él sucedió que se hundió el cielo; entonces el sol no caminaba de donde es mediodía y luego se escurecía; y cuando se escureció, las gentes eran comidas. En este sol vivían gigantes: dejaron dicho los viejos que su salutación era "no se caiga usted", porque el que se caía, se caía para siempre.”

La existencia de ruinas ciclópeas en América del Sur apunta la posibilidad de que existieron otros colosos que no guardaron relación alguna con los quinametzin, y que se aplicaron a la labor de erigir las grandes obras pétreas de Perú, Bolivia, Chile y hasta Brasil. Aunque las bolivianas ruinas de Tiahuanaco parecen haber sido construidas para seres de estatura normal, hay otras como El Enladrillado en Chile que dan la impresión de haber sido hechas para los titanes. Esta estructura, situada en Alto de Vilches, presenta al atónito espectador bloques de piedra de casi cinco metros de alto y ocho metros de largo. Ni la mente más creativa es capaz de imaginar la manera en que dichas moles de piedra fueron transportadas a través de los precipicios andinos.

Sin embargo, estas rarezas arquitectónicas no necesariamente abogan por la existencia de gigantes, dado que muchos reinos e imperios conocidos se esmeraron en impresionar – o atemorizar – a sus súbditos con edificaciones a gran escala. Un buen ejemplo de esto es la monumental estatua de Constantino el Grande tallada en el 320 de nuestra era, y de la que solo se conservan restos. La cabeza mide dos metros y medio, sugiriendo que la estatua entera tuvo que haber medido unos nueve metros como mínimo. Aunque la usanza moderna es invocar la ayuda de extraterrestres como parte de proceso de construcción de estas estructuras, aún quedan por explicar las tradiciones antiguas que nos presentan a los gigantes como parte del proceso constructivo – mano de obra diestra en estos proyectos. Este detalle aparece no tan solo en América del Sur, sino en las fuentes clásicas que podrán resultarle más familiares al lector, como la Odisea. Los griegos atribuyeron la construcción de numerosos edificios a colosos desconocidos.

En resumidas cuentas

Cuando nos internamos en los temas gemelos de la criptoarqueología y la criptoantropología, estamos penetrando un zarzal de información controvertida y a menudo conflictiva – un campo minado que puede infligir heridas considerables al investigador, sin importar cuán buenas sean sus intenciones. Gran parte de esta información “revisionista” u “heterodoxa” ha sido puesta al servicio del discrimen racial (como en el caso de H.P. Blavatsky y sus razas primigenias), a las doctrinas integristas (las huellas humanas entremezcladas con las de dinosaurios en el rio Paluxy) y hasta el nazismo (Adolfo Hitler y sus seguidores eran discípulos fieles de las teorías de Hans Horbiger sobre la evolución y la desevolución, empleándolas para apuntalar la política nazi del pueblo dirigente o “herrenvolk”). Cualquier discusión acerca de las innumerables anomalías que han llenado los libros criptoarqueológicos de las pasadas seis o siete décadas puede, en ciertos casos, dar la impresión de que el investigador intenta hacer valer alguna de las doctrinas anteriores. Nada más lejos de la verdad que eso.

Los científicos y estudiosos del orden establecido consideran estas anomalías como un supremo estorbo, alegando que los huesos gigantes corresponden a mamíferos prehistóricos (si bien es lo cierto en muchos casos) y que los métodos utilizados para fecharlos fueron empleados de manera incorrecta o no empleados en absoluto. A su modo de ver, esto pone fin a cualquier discrepancia en cuanto a la edad de los restos. Pero los métodos de datación utilizados por la antropología y la arqueología apenas son infalibles: la datación por fluoruro, por ejemplo, nos ofrece una edad relativa y no puede utilizarse en las regiones tropicales del planeta, ni en zonas que fueron tropicales en su momento (como es el caso de la Antártida). La datación por carbono-14, que ha sido el método más fiable desde su incepción, resulta útil para fechar artículos orgánicos de épocas no anteriores as los once mil años. La datación por serie de uranio, la racemización de aminoácidos (sujeta a la contaminación, al igual que todos los procesos de datación orgánica) y la termoluminiscencia han rendido fechas mucho más antiguas que lo esperado, en muchos casos.

Es posible que nunca se resuelva el conflicto sobre la existencia de los gigantes en épocas tanto prehistóricas como históricas. Ninguno de los bandos convencerá al otro que posee la verdad en exclusiva. Y citando a Denis Saurat: “¿Y qué es la verdad, sino aquello en que siempre han creído los hombres?”

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