Monday, September 28, 2015

¿Un "licántropo" en Pennsylvania?

Un "licántropo" en Pennsylvania?

El investigador Butch Witkowski nos ha facilitado el boceto de la criatura que ha sido avistada en el centro del estado en fechas recientes. "Este fin de semana," escribe Witkowski,"investigadores de UFORCOP, PA Bigfoot Society y el Equipo Forteano de Phantoms and Monsters estarán en el centro del estado de Pennsylvania para investigar informes de la presencia de un 'perro bípedo' o 'entidad vulpina'. Esta será la primera de 4 ó 5 investigaciones presenciales a realizarse en meses venideros."

Thursday, September 24, 2015

Medianoche en el desierto: Especulaciones sobre Bigfoot



Medianoche en el desierto: Especulaciones sobre Bigfoot.
Por Scott Corrales © 2015

El antropólogo Stanley Gooch escribía – en su libro sobre lo paranormal – que gran parte del temor que los sentimos los humanos hacia la noche (o mejor dicho, el temor que siente el homo sapiens sapiens hacia la oscuridad) no se debe a motivos sobrenaturales ni tampoco a la afirmación de Elías Canetti sobre “el temor a ser atrapados y devorados” por alguna fiera. Al contrario, Gooch sugiere algo que comienza a ser moneda de curso legal en la ciencia: que el hombre moderno y el neandertal coincidieron por mucho tiempo en la historia, y que este último – nocturno y venerador de la luna – pasó a convertirse en el temido “coco” de nuestros ancestros – diurnos y veneradores del sol. El planteamiento puede tildarse de ingenuo, sobre todo por aquellos que no son partidarios de las explicaciones que no se rigen por los dictados de la ciencia oficial, pero… ¿y qué tal si los antepasados del hombre moderno no temían al pobre neandertal, sino a una presencia mucho más tenebrosa? Como he señalado anteriormente, todas las leyendas de la humanidad suelen tener un grado de verosimilitud, y la presencia de ogros y gigantes en las tradiciones de muchos continentes bien pueden sugerir que una rama de otro ser que solo conocemos por sus muelas y quijadas – el gigantopitecus blacki – no sólo sobrevivió a los embistes del tiempo, sino que sigue vivo entre nosotros, conocido por un sinnúmero de nombres desde los pantanos de la cuenca del Misisipí hasta las heladas riberas del Lena en Siberia. Nuestro viejo amigo el yeti – o Bigfoot, Piegrande o como se le quiera llamar – sigue contemplando nuestras actividades desde las sombras del bosque.

Hace poco surgió la historia de un agente de la policía estatal que – por razones obvias – se negó a aportar datos personales por los problemas que esto podía acarrearle en la jefatura. Su encuentro con lo desconocido se debió a razones puramente policiacas: los vecinos de un condado en el este del estado de Texas se habían quejado de que muchos adolescentes se dedicaban a utilizar un tramo recto de carretera para hacer competencias automovilísticas, y clamaban a voces la intervención de las autoridades. El agente se apostó en un sendero que daba con la recta, ocultado por la oscuridad, listo para perseguir al primer revoltoso que decidiera pasar frente a su patrulla a velocidades temerarias.

Su patrulla – una camioneta Tahoe – tenía todo lo necesario para detener a los implicados, y el agente apagó las luces y dispuso a esperar. Como es común en estos casos, sintió repentinamente que alguien le estaba mirando…
Al mirar a su derecha, hacia el asiento de pasajeros con la ventanilla cerrada, se horrorizó al ver un rostro de facciones bestiales que lo miraba fijamente. El agente confiesa haber sufrido un ataque de histeria, empujándose contra la puerta al lado de su propio asiento en un intento inconsciente de aumentar la distancia que lo separaba de aquel rostro cuyos ojos negros lo miraban fijamente. Su entrenamiento le hizo recuperar los estribos, pensando dos veces antes de sacar su arma reglamentaria y abrir fuego contra “aquello” desde el interior del vehículo. Enseguida encendió todas las luces de la camioneta Tahoe, incluyendo la sirena, tratando de hacer la mayor cantidad de ruido posible. El rostro, sin inmutarse, se apartó del cristal de la ventana y desapareció.

Fue entonces que el agente de la policía estatal se dio cuenta que aquella cosa se había agachado para mirar hacia el interior del vehículo

La figura se alejó lentamente hacia el interior de la arboleda, su forma iluminada por las luces blancas de los frenos del vehículo. El agente explicó que aquella enorme figura estaba cubierta de pelo, y que caminaba muy parsimoniosamente hasta perderse. Sin titubear, el policía estatal puso su vehículo en marcha y salió de la zona, su misión original olvidada.

Y es que la zona este del gran estado de Texas, que asociamos a menudo con torres petroleras y llanuras dominadas por extensos latifundios como el rancho Southfork de la vieja serie Dallas, contiene ciénagas y pantanos de dimensiones colosales como el famoso “Big Thicket”, región que abarca cuatrocientos setenta kilómetros cuadrados bajo protección estatal, sin contar las zonas boscosas circundantes que se extienden por cientos de kilómetros más. Es aquí donde se han producido más encuentros con seres del tipo Bigfoot que en el mismo Pacífico Norte, considerado oficialmente como el hábitat de las criaturas peludas.

El criptozoólogo Loren Coleman llegó a considerar, en cierto momento, que los encuentros y avistamientos de estos seres bien podrían sugerir algo revolucionario para la zoología oficial: la existencia de grandes simios en América del Norte, a los que bautizó con las siglas NAPES (North American Apes). Estas criaturas se aprovecharían de los ríos del sur de los Estados Unidos y su densa vegetación para desplazarse de norte a sur y viceversa, explicando los incidentes de “Bigfoot” en Texas, Luisiana, Oklahoma y Missouri – este último estado siendo el hábitat de “Momo”, el monstruo del rio Misuri, y el monstruo de Fouke, nativo del estado de Arkansas.

“Extendiéndose a lo largo del valle del Misisipí y los valles de sus tributarios encontramos una extensa red de bosques mixtos y deciduos de dosel cerrado. Los bosques en galería de la red del Misisipí consisten mayormente de robles, árboles de goma y cipreses en su región meridional, y olmos, fresnos y álamos en su parte septentrional. Estas tierras aluvionales, como se les conoce técnicamente, cubren gran parte del sur y se encuentran más o menos ignoradas u olvidadas. Desafortunadamente, porque en estas tierras aluvionales se encuentra lo que podría ser el hallazgo zoológico del siglo.”
(Coleman, Mysterious América, p.156)


La controvertida idea no fue acogida por los círculos oficiales, ya que pondría de cabeza todo lo establecido sobre primatología en estas tierras, dejando muchos doctorados totalmente inservibles.

Aventuras con la patrulla fronteriza

Existen pocos temas capaces de suscitar más controversias que el de la inmigración ilegal a los Estados Unidos, y todos tienen una opinión sobre el tema, a favor o en contra. Son pocas las veces que escuchamos las experiencias de los agentes encargados con vigilar las líneas imaginarias trazadas por la mano del hombre a lo largo de montañas y desiertos, y en esta oportunidad, le ha tocado el turno a un agente jubilado de la temida “migra” – Rocky Elmore, que ha plasmado sus vivencias en un libro titulado Out on Foot (A Pie) publicado en el 2015 por Duffin Creative.



El libro de Elmore es interesante porque no pretende ser un libro de lo paranormal, sino un recuento de la vida, tradiciones y peligros que enfrentan los reclutas – y eventuales agentes – de la policía fronteriza. Los primeros capítulos establecen el entorno en el que realizan su trabajo, los ardides de los traficantes de vidas humanas y las esperanzas de los hombres y mujeres que se exponen al peligro del desierto para entrar al sur de los Estados Unidos. No es sino hasta bien entrada la lectura que Elmore trae a colación los misterios con que ha tenido que lidiar la policía fronteriza (aunque cabe mencionar aquí que en todos sus años como agente, ni Elmore ni sus colegas tuvieron avistamientos OVNI de ningún tipo, lo que puede resultar sorprendente, dada la fama del sureste norteamericano en cuanto a estos temas).

Sin especificar el año, ni revelar las identidades de agentes que aún siguen activos, Rocky Elmore narra la ocasión en que los fronterizos recibieron la instrucción por radio de abandonar un sitio específico en el que trataban de interceptar una banda de ilegales.

“A la noche siguiente”, escribe Elmore, “el supervisor de operaciones de campo impartió una advertencia muy severa sobre las operaciones nocturnas a pie. ‘Deben cuidar sus espaldas y estar muy conscientes de su entorno’, advirtió al grupo de patrulla, pasando a contarnos lo que Jeb había visto cerca del rio Otay la noche anterior, mientras que hacía uso de la cámara térmica. ‘Tal vez no haya sido más que un gato montés o algo parecido, pero si lo fue, es el más grande que se haya visto jamás.’
Se habló sobre esto en la estación antes de que caducara la novedad del asunto. Todos supusimos que era un gato montés, aunque el supervisor se cuidó de no decir lo que realmente era. Pensé que eso era todo lo que había sobre el tema, pero ¡no fue así!”


Un año más tarde, en conversación con otros agentes, surgió el tema de lo que había visto el agente Jeb, quien había sido transferido a otra jefatura.

“¿Te enteraste de lo que vio Jeb aquella noche en Otay Lakes con la cámara térmica?”
“Ah, ¿te refieres a la noche en que vio un gato montés acechando a dos agentes?”
“¡No! Lo del gato montés era un bulo. Una tapadera. Jeb había despachado a unos agentes para lidiar con un grupo de inmigrantes que bajaba por la ladera. Los agentes iban a pie y estaban a punto de sorprenderlos cuando algo subió por el río y comenzó a acechar a los agentes. Era bípedo, caminaba erecto sobre ambos pies. Cuando la bestia se colocó detrás de los agentes, fue posible determinar su estatura. Era imponente, dejaba cortos a ambos agentes. Jeb dijo que era mucho más grande que un oso, y que la huella térmica era enorme. Jeb dijo que jamás había visto nada parecido.”
(Out on Foot, p. 140)


Elmore cuenta otra historia en la que un grupo despavorido de cinco ilegales – en vez de huir de “la migra” – corrió a toda prisa hacia los agentes norteamericanos, implorando su protección, ya que una enorme bestia venía hacia ellos, habiendo salido repentinamente de los matorrales. Pero sobraban las descripciones, porque uno de los ilegales levantó el dedo para indicarle a los agentes que ahí estaba, abriéndose paso entre la vegetación semidesértica con un movimiento parecido a las brazadas de un nadador. Sobra decir que tanto los fronterizos como los ilegales saliendo corriendo.



“Una noche, mientras que trabajaba en Mine Canyon, un agente bisoño que me acompañaba me contó sobre un grupo de ilegales que había apresado a comienzos de ese mismo mes en Mine Canyon. Me dijo: “Los ilegales me pidieron un favor. Me dijeron que al fondo del cañón había un monstruo, y que si no era mucha molestia, que bajara yo a matarlo”.
Otro grupo de ilegales en la cara oeste de la montaña también afirmó haber sido víctima de la persecución por una bestia en Windmill Canyon. “Pude sentir el calor de su aliento,” exclamó uno de ellos, aterrado. “¡Podía sentir su resuello a mis espaldas!”
(Out on Foot, p. 141)


La zona en que se desarrolla la narrativa de Rocky Elmore es la frontera entre el estado mexicano de Baja California Norte y la estadounidense California, concretamente Otay Mountain, justo al este de la populosa ciudad de San Diego. El drama de la inmigración a través del desierto se desarrolla a kilómetros de esta importante concentración urbana…y seres peludos viven en sus alrededores, a sabiendas de la población.

Thursday, September 10, 2015

Camp Century: Una odisea subterránea



Camp Century: Una odisea subterránea
Por Scott Corrales © 2015

Tras una larga siesta durante la década de los ochenta, la ufología se despertó sumamente cambiada. Ahora se hablaba con mucha soltura sobre reptiloides, experimentos secretos, confabulaciones entre los gobiernos de la tierra y una camarilla de enanos macrocéfalos de otro mundo, que a su vez luchaba contra “alienígenas buenos”. En fin, como si nadie recordara los guiones de la serie televisada “V”, protagonizada por Marc Singer y la inolvidable Jane Badler, las grandes dosis de ciencia-ficción administradas por la televisión y el cine desde los ’70, y más de una pizca del temor y recelo que siempre han sentido los estadounidenses hacia el gobierno federal.

Aunque cabe destacar un aspecto de este mal despertar de la ovnilogía ochentera. La obsesión por las base secretas de supuestos extraterrestres, ya fuese en la meseta de Archuleta en el oeste norteamericano, o la base alien en las profundidades de Cabo Rojo en Puerto Rico (con un mapa muy interesante que hacía recordar las instalaciones subterráneas de varias películas de James Bond) sí tenía raíces muy profundas en el mundo real. La existencia de reductos militares como Cheyenne Mountain, sede de NORAD, y Mt. Weather en el estado de Virginia era un secreto a voces que el público conocía muy bien gracias al cine. Otros, sin embargo, no se dieron a conocer hasta fechas recientes, su existencia habiéndose mantenida en secreto por largas décadas.

La más famosa de ellas es Camp Century.

Una ciudad subterránea

Desde la década de los ’30, EE.UU. había manifestado un interés activo por las regiones polares de nuestro planeta, estableciendo bases en “Little America” y Mc Murdo Sound en la Antártida y explorando las congeladas costas e islas del Océano Polar Ártico. Tras la Segunda Guerra Mundial, este interés adquirió serios matices militares, con un acentuado interés por la fría Groenlandia, posesión del reino de Dinamarca. Sería el reino danés, efectivamente, que autorizara a EE.UU. defender Groenlandia contra los nazis en la guerra, firmando un tratado para ello que permitiría el establecimiento de distintas bases. Para 1943, efectivos del ejército estadounidense comenzaron la construcción de la base aérea Thule en la planicie de Pituffik, explorada por Knud Rasmussen y reconocida por su idoneidad como pista de aterrizaje.

La derrota de Hitler y las ambiciones nazis sobre las zonas polares no representó un regreso al ‘status quo ante’, sino una intensificación de las actividad militar, esta vez dirigida contra Moscú. La situación estratégica de la base Thule y su aeródromo la hacían perfecta para un posible bombardeo de la URSS en caso de guerra – una posibilidad que se vislumbraba como una certeza en aquel entonces. Había que expandir la ocupación humana de la región y descubrir nuevas técnicas de construcción. Camp Century, al este de Thule, representaría este empeño: crear una ciudad bajo las nieves que estaría ocupada el año entero por personal militar, y civiles según fuese necesaria su presencia.



Los entusiastas de la ciencia-ficción se sentirían muy a gusto en Camp Century por su parecido inconfundible a la base Hoth de El Imperio Contraataca: elementos del ejército estadounidense se desplazaron desde Thule hacia el interior de Groenlandia, a una distancia de doscientos cincuenta kilómetros formando largas cadenas de enormes vehículos diseñados para negociar las condiciones del tiempo y a la vez proporcionar alojamiento a los militares, obreros y asesores. Para 1960 se levantaba la primera piedra en la base, las labores de construcción aligeradas por la presencia del “sol de medianoche”. Para evitar problemas de abastecimiento de combustible, el ejército instaló un reactor nuclear PM-2A del tamaño de un autobús.

Usando una fresadora de nieve fabricada en Suiza, los militares crearon profundas trincheras rematadas por planchas de metal, que a su vez serían tapadas de nieve. Según documentos oficiales “el concepto fundamental era sencillo: crear un sistema de 23 trincheras, excavadas en el casquete de hielo, y rematadas con arcos de acero y nieve. Las trincheras laterales alojarían laboratorios, instalaciones de prueba y desarrollo, habitaciones y zonas recreativas modernas, así como la infraestructura de apoyo del complejo.”


Camp Century, una vez construida, abarcaba casi dos millas de túneles de hielo, sirviendo de morada a más de doscientas personas que gozaban de un hospital, teatro, iglesia y otros lujos. El sistema de fontanería y desagüe era comparable al de cualquier ciudad. En una época en que el ser humano había conquistado la energía atómica, navegado submarinos bajo el casco polar y lanzado satélites artificiales, la ciudad bajo los polos representaba un logro más de la era nuclear, próxima a convertirse en la era espacial. Pero pocos sabían que Camp Century, cómoda bajo su blanco manto de nieve, encerraba un secreto más oscuro y acorde con la guerra fría.

El proyecto Iceworm

Conscientes de la proximidad del norte de Groenlandia a la Unión Soviética, los estrategas meditaron la posibilidad de aprovechar un total de 84,000 kilómetros cuadrados para perforar túneles de miles de kilómetros de extensión que servirían para alojar seiscientos proyectiles intercontinentales Minuteman que acabarían con el régimen de Moscú de producirse un conflicto armado. Los centros de mando en esta más que inhóspita región, distante de Camp Century, estarían a una profundidad de 8 metros y los lanzadores a profundidades aún mayores. El concepto era ingenioso – se excavarían cientos de plataformas de lanzamiento y no todas ellas contendrían cohetes. Adivinar el lanzador correcto sería un juego de azar para las fuerzas soviéticas. Tal vez – pensaron algunos – dicha imposibilidad obligaría a la URSS a prescindir de la opción militar en sus enfrentamientos con occidente.

Pero las mentes que crearon el proyecto Iceworm tenían un enemigo implacable que acabaría con sus planes: los científicos de Camp Century habían logrado perforar el casquete polar groenlandés a una profundidad de mil metros, obteniendo las primeras columnas o registros de hielo que permitían adivinar las condiciones atmosféricas del planeta en el pasado. Dicha información revelaría también que el hielo glacial de Groenlandia se hallaba en movimiento constante, mucho más de lo anticipado, que amenazaba con destruir la ciudad subterránea y que efectivamente obnubilaba cualquier plan de establecer la madriguera termonuclear que perseguía el proyecto Iceworm.

El fin del malogrado proyecto también representaba el fin de Camp Century. Para 1967, los militares desmantelaron el reactor nuclear y abandonaron la base a su suerte. El inexorable avance de los hielos destruyó la base, y visitas en años posteriores comprobaron que todo el ingenio y empeño utilizado en crear una base subterránea había sido en vano.

La llegada de los OVNIS

Pero no se puede pasar por alto la constante presencia de los OVNIS en las frías y desoladas regiones de nuestro mundo, y Groenlandia no es la excepción.
En 1974, los tripulantes de un carguero C-130 con destino a la instalación radárica “Dye 2” descubrieron que algo venía siguiendo a su aparato – un objeto anaranjado y difuso que se ocultaba debajo del ala derecha del avión. Los pilotos estimaron que el desconocido tenía las mismas dimensiones que un F-86, y que bajo su resplandor anaranjado se ocultaba una superficie de acero pulido con ventanillas. El objeto era capaz de detenerse en el aire y hacer toda suerte de acrobacias que pusieron los pelos de punta al personal de la USAF. Al aterrizar en “Dye 2”, lo primero que hicieron fue dar parte del suceso al comandante de la base, donde se enteraron de que semejantes encuentros eran tan frecuentes que ya no llamaban la atención.



Un sargento jubilado de la USAF – Vincent R. Nelson – había ocupado el cargo de radarista en una base groenlandesa durante quince años, e hizo la siguiente declaración a la revista Saga UFO Report (Octubre 1977): “Conozco al menos quince eventos individuales de OVNIS que aparecieron inicialmente en el radar y que también fueron detectados visualmente. En un caso, un grupo de hombres efectuaba reparaciones a la intemperie una noche, abrumados por sus pesados abrigos y caretas. Las tareas de este tipo tienen su riesgo, porque un hombre puede congelarse en cuestión de minutos, y la oscuridad puede durar meses en algunas regiones. Pero en fin, los hombres juraron haber visto un OVNI aterrizando. El OVNI se posó lentamente, como si su propio escape lo mantuviese a flote, hasta quedar a unos cuantos metros sobre el hielo. El silencio era total. Desplegó un tren de aterrizaje tripodal y permaneció ahí por varios minutos, a menos de 300 metros de la base de radar. Luego de retractar sus patas, se elevó y salió volando”.

Las actividades militares en esta parte del mundo suelen estar compartimentadas, y la información no se difunde como podría esperarse. Buscar datos que corroboren estas anécdotas resulta casi imposible. Según un capitán: “Todo lo que sucede acá es secreto. Esto incluye mi respuesta a tu pregunta”.

¿Tendrían algo que ver los OVNIS con el choque de un bombardero B-52G en sobre Bahía de Baffin al oeste de la base aérea Thule? Según los expedientes oficiales, el 21 de enero de 1968 se produjo un fuego a bordo del bombardero que obligó a los tripulantes a abandonarlo, saltando al aire con sus paracaídas. La enorme "estratofortaleza" se estrelló contra el hielo marino de la bahía de North Star, desparramando sus cuatro bombas nucleares de un megatón cada una sobre la superficie. El accidente aéreo - una "flecha rota" (Broken Arrow) en el argot militar - tuvo como resultado la detonación del material atómico sin las catastróficas dimensiones de Hiroshima y Nagasaki. El material fisionable sencillamente quedó esparcido sobre 20 kilómetros cuadrados de hielo y nieve, dando lugar a otra iniciativa: el proyecto "Crested Ice" en el que personal estadounidense, danés y groenlandés hizo lo posible por recoger el hielo irradiado, depositarlo en contenedores y trasladarlo a EE.UU.

Siete años más tarde, otro B-52 volando a cien millas al este de Groenlandia se encontró con una formación de siete objetos no identificados. Los objetos rompieron su formación para apostarse alrededor del bombardero, como si quisieran “escoltarlo” a un lugar determinado. La instrumentación se volvió loca y los tripulantes hicieron lo posible por devolver su aparato militar a la normalidad infructuosamente. El capitán dio la orden de no disparar los cañones de 20 milímetros en la cola del avión, procurando no empeorar la situación.”